lunes, 17 de abril de 2017

Atenea.

En un parpadeo, se encontró frente a una pila de dosieres, folios y libros tan alta que ni siquiera le permitía ver los demás escritorios que había esparcidos por la sala.
Se detuvo frente a la mesa en silencio durante unos segundos, con sus superiores aguardando a su espalda. Tras un par de profundas inspiraciones pudo escuchar la suave voz del General, que parecía deslizarse a través del aire como el más fino humo cada vez que hablaba.
- ¿Qué le parece, señorita? - a pesar de que intentaba sonar seguro, Laura pudo percibir la inquietud      en sus palabras -, ¿cree que podrá tener analizada toda esta información para el viernes?
El miércoles entraba en su ocaso, y ella lo sabía. La escena que tenía enfrente le anunciaba largas horas de esfuerzo, bombillas encendidas de madrugada y demasiado cansancio, pero aquello sólo consiguió motivarla aún más. Ningún trabajo había podido nunca con ella, y ese no iba a ser el primero.
Decidida, se volvió hacia el equipo tras ella y estiró la espalda lo máximo posible.
- ¿Tienen té aquí?
- ¿Cómo?
- Té, ¿puedo disponer de él aquí?
- Por... por supuesto - el General titubeó un segundo, sin duda sorprendido por su respuesta.
- Entonces, de por sentado que cumpliré el encargo.

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